
#36MDQFilmFest: Algo de lo que dejó la Competencia Argentina
Unas líneas sobre algunas de las películas que formaron parte de la Competencia Argentina del reciente Festival de Cine de Mar del Plata, incluyendo su ganadora.

Después de Las Cinéphilas y El tiempo perdido, María Álvarez cierra su tríptico de documentales con Las Cercanas, el retrato de dos hermanas gemelas pianistas que hoy viven apretadas junto a sus recuerdos. Aunque iguales en apariencia, son muy distintas a la hora de enfrentar el día a día: una es inquieta y habla todo el tiempo, la otra es más tranquila y reservada. Pero se abren ante las cámaras con mucha naturalidad y reviven sus buenos años mozos cuando quizás podrían haber alcanzado el verdadero éxito. Hoy se definen como dos artistas bohemias y por eso se permiten esas extravagancias que reconocen como tal. Uno de esos aspectos es la posesión de antiguos muñecos, lo que genera por un lado una escena desoladora y por el otro abre el paraguas hacia el exterior de esa casa atiborrada de cosas para visitar por un rato un local de muñecas antiguas. Al contrario que en sus dos documentales previos, Las cercanas ya no es una historia coral sino que se enfoca sólo en estas dos hermanas, con sus diferencias, pequeñas discusiones y el cariño que las hace permanecer juntas hasta el último momento. También tiene un sabor agridulce porque es el retrato del fin de toda una vida marcada por un sueño roto. «Los años son eso. Te quitan unas cosas y te dan otras. Entonces tenés que balancear lo que quita con lo que te da», reflexiona una de ellas. Y Álvarez las sigue y acompaña con respeto y su mirada sensible. Una película tierna, simpática, conmovedora y un poco triste.

César González llegó al Festival con su séptimo largometraje, Reloj, soledad. Con una carrera que lo hizo moverse tanto en ficción como documental e incluso con algunas más experimentales, este último film se mueve en la misma senda en que lo hizo Atenas. Aquí sigue exclusivamente a un personaje, una mujer joven que parece no tener otra vida más que su trabajo, un trabajo en limpieza de una imprenta por el cual debe sentirse muy afortunada ya que le brinda un sueldo en blanco y hasta obra social. En un momento de impulsividad de su vida mecánica le roba un reloj caro a su jefe (Edgardo Castro en el papel del jefe aparentemente copado que está siempre al borde del acoso) y su compañera de trabajo es culpada y echada. A partir de allí la espiral sigue descendiendo y el personaje de Nadine Cifre, que se carga toda la película, es acechada por el tiempo que corre y amenaza con explotar como una bomba. González narra su película a través de un registro naturalista e intimista que lo acerca al documental, mostrando el día a día de barrios marginados. Es en la última parte donde la tensión se incrementa y uno espera junto a su protagonista saber qué (nos) va a pasar. En el medio, la participación especial de Érica Rivas termina de darle forma a la parte más efectista del guion. No es su película más lograda ni llamativa y aun así sigue planteando a González como una de las voces a escuchar y seguir.

Desde su primer largometraje de ficción, Diablo, Loreti se formó una carrera interesante, más popular con Socios por accidentes, y la adaptación de la novela de Leo Oyola, Kryptonita, que derivó en la serie Nafta Súper. El conurbano, lo policial, la sangre, son algunos de los elementos que se repiten, y Punto rojo no es la excepción. Dividida en episodios, la historia gira en torno a pocos personajes atrapados en situaciones peligrosas. El principal es un fanático de Racing que, en medio del lío en el que está metido, encuentra la posibilidad de salvarse con un concurso radial que pone a prueba su conocimiento. A grandes rasgos, Punto rojo es un chiste largo y estirado hasta perder toda gracia, en el que poco importa (y se entiende) de la trama que lo rodea. A nivel estético tampoco resulta muy estimulante, con influencias demasiado obvias hacia películas de Tarantino o Sin City, de Robert Rodriguez. Aburrida y redundante.

En la misma sección pero Fuera de Competencia se pudo ver el segundo largometraje de la joven directora, Sol Berruezo Pichon-Riviére, tras Mamá, mamá, mamá. Nuestros días más felices es una película inclasificable y sorprendente que conjuga géneros y tonos para conseguir algo difícil de encontrar en el cine argentino y que la hace única. La trama puede parecer disparatada y sí, es absurda: una mujer de 74 años despierta luego de cumplir años en el cuerpo de la niña que fue a los ocho años. Su hijo con el que vive no sabe qué hacer y convoca a su hermana, la hija que se fue de la casa y del pueblo costero en cuanto tuvo oportunidad. En ese reencuentro familiar los personajes empiezan a verse como no podían verse antes y al mismo tiempo eso les permite a cada uno entenderse un poquito mejor a sí mismo. Con una fotografía notable y las actuaciones del elenco que se entregan a la singular propuesta, entre la fantasía y lo kitsch, la realizadora consigue una película divertida, tierna y genuinamente conmovedora. Y sobre todas las cosas, muy original.