«Iron Man 3»: el corazón de un superhéroe

Cuando pensamos en Iron Man se nos viene Robert Downey Junior a la cabeza de inmediato y no es casualidad: a esta altura todos sospechamos que Robert se metió tanto en la piel de Tony Stark que lo vemos disfrutando inmensamente en pantalla. Eso es lo que vamos a ver siempre y eso es lo que siempre se nos da.
En esta entrega, Tony está intentando superar los traumas que le dejaron los Avengers.

No es sencillo: tuvo que comprender mundos paralelos, aliens, otros superhéroes y hasta dioses. Frente a todo esto, una abnegada Pepper dispuesta a sacarlo adelante pero nuestro golpeado y egocéntrico muchacho no termina de encontrarle la vuelta.

Toda la película aparece, entonces, como una confesión en la que cuenta cuando empezaron los demonios que hoy se lo van a comer. Aparentemente las irresponsabilidades de antes nos dejan un presente caótico y será él quien tendrá que limpiarlo. Él por sobre todo, no el traje. Con esto tenemos una vuelta a la esencia del héroe, cuando todo lo demás se termina.
El supervillano no será otro que Guy Pearce como este genio que termina convirtiéndose en la peor versión de la ciencia y que creará armas terriblemente parecidas a los T-800. Sí, señoras y señores, por momentos uno juraría que está viendo Terminator pero, en ¿Qué gana? Terminator no contaba con Tony Stark.
También es cierto que gana desde el punto de vista en el que Pepper ya no es una simple damisela en apuros (si es que alguna vez lo fue). Crece frente a nosotros como esa mujer de armas tomar, dispuesta a enfrentarlo y a decidir donde la mayoría se tiraría para atrás.

Don Cheadle también vuelve a aparecer como el amigo militar que ya nos encantó en la segunda entrega y, así, todo va encajando. En argumento y en construcciones individuales, ninguna de las aventuras de nuestro hombre de hierro quedan fuera.
Con un guión plagado de gags tan bien articulados jugando un poco con el rol de superestrella más que la del héroe de capa y espada, cualquier situación lacrimógena se convierte en un festín y es que ser el bueno, para Stark significa pasarla bien.
Visualmente, tiene grandes efectos. Es una pena que el 3D no llegue a ser tan bueno como el de Avengers por momentos (hay que recordar que fue pasada al 3D y no filmada en él) pero es toda la carne al asador: batallas aéreas, explosiones por miles, hologramas de todo tipo de tamaños y colores. No queda ningún as bajo la manga ni ningún Chroma Key por usar. Pero es exactamente lo que vamos a ver.
Esta entrega vuelve a las bases y a la esencia del personaje como cierre de una primera etapa y es que cuando todo lo demás falla (situaciones demasiado vistas o demasiado predecibles), siempre lo que hace la diferencia es él. Y por eso lo amamos.

 

Anexo de crítica por Rolando Gallego

Mucho tiempo ha pasado desde que en 1969 Stan Lee introdujera en el comic book “Historias de suspenso” (número 39) al dandy excéntrico Tony Stark, alter ego de Iron Man. También ha pasado tiempo desde que Jon Fraveau dirigiera la segunda entrega de la saga del metálico héroe (3 años). Pero lo que no ha pasado es las ganas de ver una vez más a Tony y dilucidar si finalmente la armadura perfecta llega a su vida y con ella el descanso y la normalidad.

En esta nueva entrega (en 3D para no ir a contracorriente) , que ya no dirige Fraveau sino Shane Black (con una larga historia como guionista –la primera y segunda entrega de Arma Mortal y El último Boy Scout, por mencionar algunos títulos), la cinta encuentra a Tony Stark reflexionando sobre algunos sucesos acontecidos recientemente.

Año 1999, como dicen los españoles “noche vieja” (fin de año), en medio de una fiesta en la que está muy bien acompañado (por una decodificadora de ADN), es abordado por un freak que quiere presentarle un proyecto. Se olvida del mismo y volvemos al presente, un presente en el que los Estados Unidos es amenazado por un extremista conocido como “El Mandarín”.

Mientras intenta detener a este líder oscuro (una vez más la otredad viene desde Oriente) debe luchar, cuando no en un héroe de Marvel, contra sus miedos más profundos, que se traducen en “ataques de pánico y ansiedad”. Con la colaboración de un niño podrá recuperarse luego que lo dieran por muerto y desandar el camino hacia poder controlar los destinos de su país en manos del terrorista.

Por ahí está Don Cheadle interpretando a  “Máquina de guerra”, la hermosa Gwyneth Paltrow (Pepper Potts) y Jon Fraveau haciendo de seguridad personal ahora de Pepper. Pero también está la cultura popular, presente en cada meta referencia que se hace a lo largo de los 128 minutos del filme (“Dowton Abbey”, “Joan Rivers”, por citar sólo dos ejemplos). Reflexiones irónicas pero reales sobre la construcción y creación del otro como enemigo máximo (“lo mejor que puede pasarte es el anonimato, le das a la gente un objetivo y ya está” dice el freak abandonado por Stark en fin de año) y también sobre la personalidad característica de nuestra época y sobre ciertas patologías producto del análisis psicológico (terminologías específicas).

El 3D es aprovechado en las escenas de acción y en aquellas secuencias introducidas especialmente, como cuando nieva. El resto de la película está registrado de manera tradicional, sin ningún artificio especial, por lo que tranquilamente se podría prescindir del efecto. Iron Man 3 es la historia de un hombre, un megalómano que sigue buscando algo que aún no sabe qué es pero que sabe que en la perseverancia y el trabajo en equipo todo puede solucionarse. De antología las escenas que muestran la intimidad entre Pepper y Tony (conejo gigante de regalo, para mencionar sólo una).

La secuencia de títulos finales que emula una presentación de serie de TV de los años setenta es increíble. Gran relato épico sobre la superficialidad, el heroísmo y la humanidad.

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