«La Uruguaya»: un cuentito argentino

Por viejos bares
de Montevideo me siento libre
y hago lo que quiero

Montevideo – Antonio Birabent

Basada en la novela de Pedro Mairal y producida de manera colectiva por Orsai, dirigida por Hernán Casciari, llega a salas La uruguaya, sobre un día muy particular en la vida de un escritor de mediana edad en crisis. Ana García Blaya se pone así detrás de cámaras para su segundo largometraje.

Lucas Pereyra escribe o dice que escribe mientras patea algunas entregas. Aún así está medianamente tranquilo: ese día tiene que ir a Montevideo a retirar unos dólares que le pagaron por adelanto por un contrato editorial. Pero además de los nervios que todo trámite con grandes sumas de dinero conlleva, también lo mueve la excitación por reencontrarse con Guerra.

Magalí Guerra es una joven uruguaya, libre, seductora, que conoció en la playa en un festival de literatura. Un poco de conversación sobre libros, sobre la vida y un acto sexual que se interrumpe antes de concretarse lo dejan a Pereyra encendido. Después de un tiempo intercambiando mails y algunas fotos y textos por whatsapp, el viaje le permite concretar un encuentro. Un encuentro que planea con todas las luces, aprovechando un poco de ese dinero para darse un buen gusto, como la suite del hotel desde donde se puede ver el Palacio Salvo.

En Buenos Aires quedan su hijo pequeño y su mujer con quien evidentemente no están pasando su mejor momento y la economía tirante no hace más que acentuarlo: en esos dólares que va a buscar están la esperanza de que todo mejore.

Gran parte de la película, que empieza narrada con la voz de mujer del personaje interpretada por Jazmín Stuart (el cambio más importante que sufre la adaptación con respecto a la novela), se sucede en las calles de Montevideo con Pereyra y Guerra caminando las calles mientras hablan de sus vidas y las referencias a las idiosincrasias de sus países. No faltan los cameos y guiños que Casciari y compañía se preocupan por introducir.

El principal problema de esta adaptación es nunca encontrar el tono adecuado. Así, por momentos es una comedia ligera, a veces una película romántica y por momentos teñida de melancolía, y ninguna termina de funcionar, mucho menos la romántica. Le falta un poco de la chispa que Pereyra tan bien supo aportar a la novela con un personaje que a la larga no es más que un patético hombre en crisis que se convierte en un cliché y lo sabe. El punto de vista femenino que le suma la película se siente algo forzado desde lo narrativo aunque le brinda una mirada un poco más feminista.

El otro gran problema, quizás tenga que ver con el modo en que está realizada esta producción (de manera colectiva, con todos sus socios votando sobre decisiones a tomar) es que resulta muy impersonal. Excepto en unos pocos planos al comienzo, en general da la sensación de que está dirigida a la orden, sin una búsqueda estética. Viniendo de una directora cuya ópera prima fue la hermosa y sensible Las Buenas Intenciones, Ana García Blaya, es una decepción. Quizás lo impersonal que se siente todo también tiene que ver con un guion que fue escrito por tantas manos: Josefina Licitra, Sofía Badia, Alejo Barmasch, Marcos Krivocapich, Melania Stucchi, Juan Games.

Si hablamos de aciertos no podemos dejar de mencionar su elenco. Los desconocidos Fiorella Bottaioli y Sebastián Arzeno logran dar vida a Guerra y Pereyra respectivamente. El hombre en crisis y encandilado por la joven con la cual siente una conexión que lo retrotrae a otro tiempo de su vida y la mujer misteriosa que lo lleva a pasear por las calles de Montevideo mientras le da vueltas para no aceptar ir a la suite lujosa que él reservó. En el medio, los dólares que carga encima y de los cuales depende su vida. También vale la pena mencionar la pequeña pero imprescindible participación de Gustavo Garzón.

No hay grandes sorpresas en la historia pero no radica allí el encanto de la novela tampoco, una novela de todos modos bastante entretenida y con una logradísima voz masculina que, más allá de plasmar muy bien los matices en el papel, acá se dejó de lado para darle una impronta abiertamente feminista. La idea es narrar ese día tan particular para el hombre que transitará tantas emociones en esas horas. Lo que en el libro quedaba sugerido, acá nos lo dan servido.

La uruguaya resulta así una transposición apenas correcta aunque poco interesante y profunda. Ahí están también las postales turísticas y las referencias a la cultura pop del otro lado del río. Todo el paquete deja sabor a poco.

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