«Cats»: aquí hay gato encerrado!

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Para poder abordar mínimamente el universo de “CATS” tendremos que hacer un poco de historia, casi inevitablemente. Ubicándonos en tiempo y espacio, vale recordar que este musical escrito por Andrew Lloyd Webber (“El fantasma de la Opera” “Evita” “Escuela de Rock”) fue estrenado en el West End Londinense en 1981 para emigrar e instalarse simultáneamente en Broadway al año siguiente.

Hace casi cuarenta años el hecho de que un musical iniciara en un oscuro callejón de la ciudad, y que cuando apenas sonasen los primeros acordes de la obra, los actores-felinos comenzaran a salir de agujeros en el piso, debajo de las butacas, bajaran del pullman trepando por las columnas del teatro, se mimetizaran entre las butacas y entre lamidos y maullidos se fueran incorporando al escenario sumergiendo a los espectadores en un micromundo felino indescriptible, era verdaderamente una novedad y una gran sorpresa.

Pero como ya dijimos pasaron casi 40 años, y Broadway busca permanentemente reformular viejos hits y lanzar nuevos proyectos, lo que en un momento podía ser un excelente golpe de efecto para los espectadores ahora ha sido superado por otras tantas propuestas mucho más creativas, y lo que fue vanguardista en un momento, ahora se ve como un clásico de permanencia maratónica tanto en Londres como en el corazón de Manhanttan.

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La decisión de llevar “CATS” a la pantalla grande, significaba asumir una cantidad de riesgos en esa trasposición refiriendo no solo de un lenguaje musical en particular sino que además había que lograr en la pantalla, el impacto y las sensaciones que producían como espectadores teatrales, tener la presencia de una importante cantidad de felinos en escena y entre el público, irrumpiendo desde espacios diferentes, rompiendo la tradicional concepción del escenario.

Obviamente que este impacto inicial cuando se presenciaba la obra, se pierde por completo en esta trasposición cinematográfica, siendo éste sólo el inicio de una serie de desaciertos que, en mayor y menor medida, ostenta el nuevo trabajo de Tom Hooper, inconcebiblemente ganador del Oscar por “El discurso del rey” y que tiene en su haber trabajos tan disímiles como “La chica danesa”, “Los miserables” o “The Damned United” con Michael Sheen.

La canción inicial donde se presentan todos los personajes pertenecientes al clan de los gatos Jélicos –los que son invitados a ir al baile anual en donde se elegirá quien de ellos pasará al Heaviside Layer, a una nueva vida jelical- ya nos pone en alerta de los múltiples problemas que se irán sosteniendo a lo largo del film: el primero y principal, ese impacto en la presentación de cada uno de los personajes, es inexistente –uno se pregunta todo el tiempo cómo fue que el diseñador de arte tomó la decisión de dejar manos y pies humanos mientas que todo el resto es felino-.

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En este inicio, Hooper nos brinda un número musical (al igual que todo el resto) en donde cuesta seguir la acción porque el montaje fragmenta momentos brevísimos a una velocidad mucho más rápida que la propia música: en su afán de presentar algo diferente, no se detiene en ningún detalle haciendo saltar la vista de un lado al otro, situación totalmente incómoda.

Esta incomodidad se refuerza además con un subtitulado que por hacer honor a la rima, no traduce lo que se está cantando sino que nos brinda una adaptación de la canción al español, con lo cual, con un mínimo conocimiento de inglés cualquiera percibirá que lo que estamos leyendo poco tiene que ver con lo que cada uno de los personajes está cantando, produciendo que en las casi dos horas de película uno sienta que mientras los subtítulos nos cuentan esas canciones, son las propias canciones las que quieren contarnos otras cosas.

En honor a que los subtítulos terminen rimando, se pierden detalles, giros del lenguaje y guiños que las canciones proponen, que quedan todos completamente en el olvido. Las coreografías abusan de momentos de danza clásica (sobre todo en el personaje de la gata que quiere unirse a la tribu, Victoria) aun cuando el ritmo de la canción no lo propone y Hooper pareciera no recordar ni por en un solo fotograma donde debe poner la cámara para que el número musical luzca mejor.

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En este inicio, Hooper nos brinda un número musical (al igual que todo el resto) en donde cuesta seguir la acción porque el montaje fragmenta momentos brevísimos a una velocidad mucho más rápida que la propia música: en su afán de presentar algo diferente, no se detiene en ningún detalle haciendo saltar la vista de un lado al otro, situación totalmente incómoda.

Esta incomodidad se refuerza además con un subtitulado que por hacer honor a la rima, no traduce lo que se está cantando sino que nos brinda una adaptación de la canción al español, con lo cual, con un mínimo conocimiento de inglés cualquiera percibirá que lo que estamos leyendo poco tiene que ver con lo que cada uno de los personajes está cantando, produciendo que en las casi dos horas de película uno sienta que mientras los subtítulos nos cuentan esas canciones, son las propias canciones las que quieren contarnos otras cosas.

En honor a que los subtítulos terminen rimando, se pierden detalles, giros del lenguaje y guiños que las canciones proponen, que quedan todos completamente en el olvido.

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Las coreografías abusan de momentos de danza clásica (sobre todo en el personaje de la gata que quiere unirse a la tribu, Victoria) aun cuando el ritmo de la canción no lo propone y Hooper pareciera no recordar ni por en un solo fotograma donde debe poner la cámara para que el número musical luzca mejor. Movimientos grupales tomados en primeros planos (!), tomas aéreas que por la distancia hacen lucir a los gatos como si fuesen hormigas, picados y contrapicados que no resisten el más mínimo análisis porque no realzan lo que sucede en escena. En medio de todo este desorden, el elenco hace lo que puede y en algunos casos logran trabajos interesantes.

El único que parece entender que este musical debiese divertir y no provocar los bostezos que provoca y las largas esperas con canciones aburridamente interminables, es James Corden que en su rol Bustopher Jones, el gato gordo de ciudad, conocedor de restaurantes y bon vivant de la noche, al menos, acierta en su caricatura gatuna, le pone ritmo y entretiene.

Taylor Swift se destaca por sobre el conjunto felino con una intervención breve pero contundente con el tema “Beautiful Ghosts” al que le imprime una belleza particular en medio de tantos desaciertos y Judi Dench como la vieja gata Deuteronomy logra, sobre todo en el cuadro final, una hermosa complicidad con la cámara y su simpática ancianidad la vuelve a posicionar como una actriz todo terreno.

Quien mínimamente haya escuchado hablar de “CATS”, sabe que en cualquier momento aparecerá la canción “Memories” como un himno central de la obra, a cargo de Grizabella, una gata otrora glamorosa, hoy marginada y golpeada por la vida que recuerda sus momentos más felices.

Jennifer Hudson le pone toda No hay impacto, no hay emoción, todo es un festival de CGI retocado una y otra vez que tampoco termina de convencer la garra, toda su técnica vocal pero el tema no conmueve y se posiciona lejos, muy lejos del “I´m telling you” que la llevara al Oscar por “Dreamgirls”.

En la otra orilla, perdidos sin encontrar el rumbo, están Ian Mc Kellen como el gato actor que da pena cada vez que aparece en escena (teniendo a su cargo el momento más bizarro de toda la película), Rebel Wilson al borde del ridículo en uno de los cuadros más apocalípticos y peor planteados del film y la debutante Francesca Hayward que baila muy bien, canta muy bien pero no tiene la mínima técnica actoral para sostener un protagónico en el cine.

Su Victoria es absolutamente teatral, exagerada, subrayada: pareciera que nadie, ni siquiera Hooper, pudo avisarle que en el cine hay primeros planos que pueden captar movimientos sutiles. Con un desconocimiento total de su oficio, ella se pasea por la película, a lo largo de toda su duración, prácticamente con la misma cara de sorpresa y los ojos bien abiertos, pase lo que pase.

Eventualmente esboza alguna sonrisa, pero su tono es absolutamente irritante y al ser la protagonista, es inevitable que aparezca en forma casi permanente, contribuyendo a propagar el desastre. Lo que podría haber devenido en un interesante producto del llamado “consumo irónico”, ni siquiera logra cumplir esa función.

Casi todos se lo quisieron tomar demasiado en serio y ese esfuerzo adicional por que todo sea verosímil lo posiciona más aún en el borde del abismo.

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