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«I, Frankestein»: Readaptando lo resucitado

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“Frankestein o el moderno Prometeo” es una novela de la que siempre se habla pero erróneamente hemos instalado en la cultura popular como Frankestein el nombre del monstruo (y en cierta medida, lo podemos tratar como tal) cuando se trata del científico y la Criatura no posee nombre.

En parte no porque no tiene alma (derecho reservado solo a Dios, por algo está maldito), ni un verdadero derecho de existir. En este caso, el film está basado en la adaptación de la novela al cómic del mismo nombre.

Es por esto que la Criatura tiene un nombre, Adam, que ha sido otorgado por Leonore, la Reina de las Gárgolas. Las Gárgolas son una Orden de muchos años que protegen a la Humanidad de los demonios. Leonore es la líder espiritual de la Orden y durante 200 años ha mantenido cautivo a Adam ya que, no sólo se ha encariñado con él, sino que cree en la posibilidad de que éste desarrolle un alma. Con todo el dramatismo visual que esto promete, las Gárgolas están custodiando paredes y techos de las iglesias y, desde allí, tienen a raya al mal para cultivar el bien. Claro que estos chicos tienen mucho de resignarse a sí mismos, no pueden tener lazos amorosos y son todos altruistas. De libro, ¿No?

Por otro lado, los demonios tienen su propio plan de crear un ejército de Criaturas y para esto necesitan la materia prima, o sea, él. Una científica con menos consciencia ética y moral que nadie, los está ayudando en parte jugando con su ingenuidad.

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La película es una entrega clarísima de un film de acción y que responde a los creadores (los mismos de Underworld) en cuanto a que son espacios oscuros, una presencia absoluta de la música, y un exceso de efectos. De todas maneras, la representación del cómic puede, perfectamente, ir mucho más allá en lo visual como hemos visto en otras de su género. Yo, Frankestein no lo hace.

 Amén de unos giros argumentales poco creíbles y unos cuantos detalles muy cuestionables como la excelente genética de los cuerpos muertos revitalizados dados los músculos de Adam, Stuart Beattie, el director, pudo haber recaído más en las capacidades actorales de Aaron Eckhart (el mismo que encarnó a Havey Dent según Nolan) y del resto del equipo, pero al confiar demasiado en la parafernalia de los efectos y con una historia bastante simple, es nada más que un desfile de efectos.

Hay que remarcar la labor de Bill Nighy porque cada vez que aparece en pantalla la ilumina.

Yvonne Strahovski, a quien todos conocemos como Hannah en Dexter, interpreta a esta científica de nula moral que aparentemente es la más inteligente en ese momento (nunca voy a poder entender por qué las mentes brillantes son siempre tan atractivas físicamente) y a Miranda Otto, a quien todas las mujeres odiamos en Las Dos Torres porque implicaba separar a Aragorn de Arwen, como esta perfecta y casi siempre justa reina de Gárgolas.

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Creo que con este material, el producto final pudo haber sido mejor con algunos toques y giros argumentales que apunten más a lo humano y no tanto a lo espectacular. Siento que hay mucho sobre la mesa, pero mal aprovechado. Aun así, el producto final no carece de ritmo y, con ese título, vende exactamente lo que promete: un buen rato a puro 3D.

Anexo de Crítica por Fernando Sandro

Llámeselo culpa de la modernidad, del estilo de cultura estadounidense, o simplemente falta de creatividad para crear historias nuevas; el espectador tuvo que acostumbrarse de acá en unos años atrás a todo tipo de anacronismos, extrapolaciones estéticas de personajes o historias populares a los modos del hoy día.

Más si pensamos que la nueva moda del cine de acción y aventuras es adaptar comics o novelas gráficas de cierto éxito; esto es lo que sucedió con 300 (de inminente secuela), Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros, la aún en cartel 47 Ronin; y es el caso de Yo, Frankenstein que posee de la novela de Mary Shelley poco más que el nombre del Doctor que figura en el título.

Basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux (co-autor del guión junto a Stuart Beattie el también director), la historia, contada en una suerte de primera persona, comienza luego del asesinato del Doctor Frankenstein a manos de su creación, que ahora se llama Adam (Aarón Eckhart) en busca de venganza por todo el sufrimiento que le hizo padecer.

Pero ahí nomás interrumpen en la acción unos guerreros que se transforman en gárgolas protectores y están interesados en “la criatura”. En realidad nos cuentan que desde épocas ancestrales las gárgolas protegen a la humanidad del intento de dominación de los demonios (que también se transforman humanos pero trajeados); y Adam es el botín preciado.

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Naberious (Bill Nighy), príncipe de los demonios descubrió cómo poseer un cuerpo humano, pero tiene que ser un cuerpo sin alma; por eso la invención de Victor Frankenstein, junto al Diario de anotaciones en el que detalla cómo llevar a cabo el proceso de resurrección de un muerto, es tan valioso.

Quiere crear un ejército de no muertos poseídos por el demonio para dominar el mundo… claro que Leonore, reina de las gárgolas (Miranda Otto), tratrá de impedirlo protegiendo, o en todo caso asesinando, a Adam que ya no es más un gigante que no sabe moverse sino que se convirtió en todo un guerrero de armas tomar.

Lo dicho, no hay ningún tipo de referencia a la obra El Moderno Prometeo, como así tampoco a la iconograía de la historia adoptada de los clásicos de la Universal. Adam es un ser creado con retazos de varios humanos (que encajan a la perfección salvo algunas cicatrices no muy notorias) y vuelto a la vida como un hombre capaz de desarrollar músculos. Para los propósitos de esta historia pareciera que no variaría si habláramos de cualquier afectado con un virus de “muerto vivo”.

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No son muchas las sorpresas que ofrece Stuart Baettie en su segunda película como director, y más acostumbrado a la escritura de guiones para tanques plagados de FX’s como este. Un argumento destinado a un público joven que desconoce todo antecedente, y aún así posee fisuras indisimulables; un impacto visual que a esta altura ya no sorprende; un incomprensible paso a la actualidad de la acción; y un puñado de actores de renombre en plan recaudación.

Es un estilo de cine que se consume a sí mismo, que tiene seguidores fieles sin demasiadas exigencias, y que en base a un montaje videoclipero y música que no culmina nunca, intenta tapar los varios defectos que con un poco más de detalle y apego a las fuentes hubiese determinado un mejor destino.

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